miércoles, 12 de agosto de 2015

Viajar sobre tres mundos. Desde Melilla hasta Madrid (Pensador aéreo). To travel on three worlds. From Melilla to Madrid. (Thinker in the air)

Sentado en la butaca del avión, junto a la ventanilla, y antes de las consabidas instrucciones sobre seguridad escenificadas por las azafatas del vuelo Melilla-Madrid, tengo esos minutos de abstracción sobre el viaje que voy a emprender, sobre lo que dejo atrás y sobre lo que creo que en el destino me espera. Son tantos vuelos al año que ya casi no me fijo en las personas, generalmente anónimas, que codo con codo comparten mi espacio durante la hora y media que dura el vuelo. El saludo de cortesía suele ser suficiente.

Recordando mi intento de esta mañana de encauzar las discusiones de los alumnos sobre los errores que tienen los modelos económicos, descritos en cualquier manual de economía, recupero el tiempo presente cuándo, debido a la fuerte aceleración del despegue, mi espalda es empujada hacia el respaldo del asiento.

Diviso desde la ventanilla la desgraciadamente famosa valla de seis metros (espero no encontrarla nunca entre las diez mas famosas) que hace de frontera, y que separa dos mundos cuya diferente riqueza económica se encuentra entre las más altas del planeta. Se aprecian movimientos de trabajadores afanados en arreglar los daños ocasionados por el asalto de inmigrantes de la noche anterior, cuyo objetivo es dar por finalizado un viaje que le han llevado, a veces, años de sufrimiento y penuria buscando la puerta de Europa. Puerta cerrada para ellos por una valla triple y, por tanto, penúltima dificultad para dejar atrás el hambre,… A medida que vamos elevándonos, y con una mejor perspectiva que desde el suelo, se divisa la aglomeración de personas que ya están residiendo en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (conocido por sus siglas CETI). Las últimas entradas masivas han obligado a levantar, fuera de las instalaciones inicialmente proyectadas, un número importante de tiendas de campaña de camuflaje del ejército y blancas, con la cruz de color roja pintada.

Ganamos altura, y diviso el monte Gurugú con su bosque de pinos en lo alto y su humeante vertedero a media falda. El primero es lugar de refugio de varios millares de subsaharianos a la espera de su día “D” y el segundo, su “autoservicio” consistente en la búsqueda de alimentos y enseres entre los desechos de los también pobres, pero no tanto.

Esta imagen me hace pensar sobre lo curioso que es a veces el mundo. Ayer, con un simple clic en la web de Iberia, saqué mi tarjeta de embarque a Madrid y hoy, presentando un carnet con mi foto, en 90 minutos me desplazo allí. Sin embargo, para estos inmigrantes lo que yo he hecho, o nunca lo conseguirán o tardarán muchos meses en conseguirlo, intentándolo un número indeterminado de veces arriesgando sus vidas y pagando a las mafias un dinero que no tienen.

En pocos minutos, cambio de escenario. El azul intenso de este Mediterráneo cercano al Estrecho, y cuyas aguas brillantes reflejan el sol de la tarde, me otorgan nuevas reflexiones sobre una de las cinco rutas de mayor tráfico de mercancías en el mundo.  Vislumbro por la ventanilla varios buques mercantes cargados de contenedores, pero cuyos tamaños tan minúsculos visto desde esta altura, a veces pueden confundirse con las eternas manchas que suelen tener los cristales de las ventanillas de los aviones.      

Me admira la facilidad que tengo de pasar en pocos minutos de un pensamiento trascendentalmente humano, el análisis sobre la inmigración, a otro mucho más mundano y capitalista sobre el comercio mundial. Me tranquiliza creer que es simplemente por un mecanismo de autodefensa.  

Las imágenes que estoy viendo desde una ventanilla de un avión que viaja de África a Europa, es el contexto perfecto para seguir divagando sobre lo material e inmaterial de la condición humana. Me incita a recordar las razones que argumentan mis amigos musulmanes melillenses sobre la carencia de valores del mundo contemporáneo, como consecuencia de la frustración y la desesperanza que estos años de crisis está ocasionando en muchos sectores de la población, principalmente entre los jóvenes. Ellos aceptan la vida como un devenir automático, y cuya cotidianidad está marcada porque “su ser superior” proveerá. Yo, sin embargo, mantengo la estructura existencialista forjada de joven en mis lecturas de autores como Albert Camus y su sensibilidad absurda.

Continúa el vuelo y ahora me llama la atención las grandes manchas blancas que recortan el azul del agua y el gris de las montañas. Estamos sobrevolando el mar de plástico de los invernaderos del Ejido. Sobreexplotación científica con técnicas agrícolas de producción de tomates y otras verduras, sin prácticamente agua ni tierra, que les reportan una forma exterior casi perfecta y un sabor interior casi insípido.

Me niego a continuar cavilando sobre términos de eficiencia y productividad económica y desvió la mirada hacia la nieve que cubre la cima más alta de la península. Fuerzo la vista y puedo apreciar unos puntos negros que se mueven en zigzag, dejando surcos en la nieve. La estación de esquí de Sierra Nevada es diminuta viéndola desde seis mil pies de altura, y hace que sea más pequeño el sentido elitista que se le atribuye a este deporte.

Siempre, desde muy pequeño, me encantan las alturas y la perfectiva que tienen las cosas vistas desde arriba. No puedo dejar de observar desde la ventanilla cómo la península está cada vez más desertizada. Los alineamientos de los campos de olivos de Jaén se pierden en la lejanía, contrastando el verde de su arboles con la dureza de sus tierras blancas, tierras que nos otorgar productos con tanta tradición mediterránea.

Luego veo esas extrañas figuras circulares de los valles del Guadiana y del Tajo, cuyas formas evocarían a cualquier periodista de programas con temática paranormal, como señales ancestrales o de otros mundos. Son, ni más ni menos, nuevos sistemas de regadío, llamados pívot, que dibujan con una perfección geométrica hectáreas de terreno agrícolas.

Por megafonía, el saludo del comandante rompe el “ronroneo” monótono de los motores y deseándonos un buen vuelo, aprovecha para anunciarnos que en diez minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Barajas (Adolfo Suarez).

Último vistazo por la ventanilla para apreciar las actuaciones urbanísticas moderadamente bien diseñadas de las ciudades dormitorio del sur de la Comunidad madrileña. También para observar cómo sus fases de desarrollo han quedado amputadas por “la explosión de la llamada burbuja inmobiliaria”, y se encuentran en espera de tiempos mejores.

Tomamos tierra y frenamos bruscamente. Salir cuanto antes de la pista principal de despegue permite acortar tiempos en cada operación de entrada y salida, y es fundamental para aumentar el número de vuelos diarios si se quiere mantener la categoría del aeropuerto.

Pongo fin a un viaje de noventa minutos que me ha hecho pensar, no solo en lo humano y en lo divino, sino sobre todo, en lo absoluto o relativo de nuestra existencia al sobrevolar tres mundos: el primer mundo, el tercer mundo y entre ellos el llamado segundo mundo. Pero, ¿cuál es el segundo mundo? Mañana intentaré averiguarlo en la clase que tengo con los alumnos de posgrado de la Universidad de Nebrija, cuya multiculturalidad seguro que me ayudará a ello.

www.castromadrid.blogspot.com


Sitting in the armchair of the airplane, next to the window, and before the ensuing instructions on security staged by the hostesses of the flight Melilla-Madrid , i have these minutes of abstraction over the trip that i will undertake, on what he left behind and on what I believe in the destiny awaits me. There are so many flights per year which is almost no longer i fixed in the people, usually anonymous, that elbow to elbow share my space during the hour and a half it takes to make the flight. The greeting of courtesy is usually sufficient. Recalling my attempt this morning of channelling the discussions of the students about the errors that have economic models, described in any manual of economy, recovered the present time when, due to the strong acceleration in takeoff, my back is pushed to the back of the seat.
I finish a trip of ninety minutes that he has made me think, not only in the human thing and in the divine thing, but especially, in the absolute or relative of our existence on having flown over three worlds: the first world, the third world and between them the second called world. But: what is the second world? Tomorrow I will try to find out it in the class that I have with the pupils of sure posgrado of the University of Nebrija, whose multiculturalism that will help me to it.





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